miércoles, 11 de octubre de 2017

MANOS Y MENTES SIN BANDERAS

Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación.


El que sostiene banderas no puede dar abrazos...


Pensamientos y aforismos  de Arthur Schopenhauer



La personalidad del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna.


No hay ningún viento favorable para el que no sabe a que puerto se dirige.


Quien escribe para los necios siempre encuentra un gran público.


La arquitectura es una música congelada.


El que no ama ya está muerto.


La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes.


Las religiones como las luciérnagas necesitan de la oscuridad para brillar.


El destino mezcla las cartas y nosotros las jugamos.


Un genio es el que es capaz de ver la idea en el fenómeno.


La gente vulgar solo piensa en pasar el tiempo, el que tiene talento...en aprovecharlo.


los hombres vulgares han inventado la vida en sociedad por que les es más fácil soportar a los demás que a si mismos.


Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes el comentario.


El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad sino en el miedo a la soledad.


El cambio es la única cosa inmutable.


Nadie es realmente digno de envidia.


Los hombres grandiosos son como las águilas que construyen sus nidos sobre alguna soledad elevada.


Si no eres capaz de reírte de ti mismo, llámame que yo sí me reiré de ti.


Los dos enemigos de la felicidad humana son el dolor y el aburrimiento.


Recuerda: una vez que estás sobre la colina empiezas a ganar velocidad.


El hombre inteligente busca una vida tranquila, modesta, defendida de infortunios; y si es un espíritu muy superior escogerá la soledad.


Cuanto menos inteligentes un hombre es, menos misteriosa me parece la existencia.


A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia vida.


Los sacerdotes terminar por ser meramente los intermediarios con unos dioses que se dejan sobornar.


El que posee méritos personales relevantes advertirá con toda claridad los defectos de su nación, ya que los tendrá siempre a la vista. Pero el pobre idiota que no tiene nada de lo que pudiera enorgullecerse se agarra al último discurso: estar orgulloso de la nación a la que pertenece. Eso lo alivia y, agradecido, se mostrará dispuesto a defender con uñas y dientes todas las taras y necedades propias de su nación.

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